Por Avelina Frías
En los últimos días hemos sido testigos de la gran expectativa que se generó alrededor del nuevo producto de Apple. El lanzamiento del iPad se convirtió en protagonista de los titulares de todos los periódicos en el mundo como el gran acontecimiento que albergaba la esperanza de la llegada de un nuevo artilugio tecnológico, innovador y revolucionario, como todo lo que ha tocado Steve Jobs en los últimos años.
La presentación de una tabla de 10 pulgadas sin teclado físico ni puertos USB, “un Iphone gigante que no sirve para llamar por teléfono” en palabras de Wired, visiblemente orientada a impulsar la industria editorial y periodística, nos hizo olvidarnos de Haití, de la crisis y del cambio climático.
La velocidad con la que se desarrolla la innovación ha provocado que el consumidor se vuelva cada vez más exigente y ansioso de llegar a la gran utopía tecnológica futurista que se ha creado en las cintas de ficción. Una marca como Apple que ha creado valor de identidad e innovación en los últimos años, ahora se ha topado con un consumidor y un público que no sólo quiere más, sino que espera más de la marca.
El no cumplir con estas expectativas es un riesgo para las marcas y oportunidades para la competencia.
Sin duda, el caso de Apple nos ha enseñado que la innovación tecnológica es un valor que se ha instalado como motor de la sociedad, sin embargo, me es oportuno citar las palabras que escuché -paralelamente a la euforia del iPad- en voz de Carlos París, libre pensador y filósofo español: “Vivimos en una utopía tecnológica que nos llevará a la destrucción humana si no se desarrolla en una utopía social”. Desafortunadamente parece que ha sido más fácil llegar a la primera que a la segunda. ¿Qué opináis?
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