miércoles, julio 08, 2009

Relaciones Públicas: Los errores de comunicación en Honduras

En una reciente discusión sobre la situación en Honduras, una persona oriunda de este país me explicaba que Manuel Zelaya había incurrido en varios delitos y que su popularidad en el país estaba en mínimos.

"Nadie lo soporta", me dijo.

La conversación siguió y comenté que la "guerra de la comunicación" había sido perdida por quienes depusieron a Zelaya, al fin y al cabo un presidente elegido democráticamente.

Si era cierto que había cometido tantos delitos, lo suyo hubiera sido que fuera a aprehenderlo la policía en plena luz del día y a la vista de todo el mundo.

Claro que no conozco el procedimiento que marca la consitución hondureña para sustituir a un presidente, pero lo que está claro que la manera en que el ejército llegó por la noche a secuestrar a Zelaya fue una pésima idea.

No es que esté dando ideas para futuros golpistas, pero en el mundo de hoy tan importante son los hechos como la manera en que lo comunicas.

Por eso, cuando una situación de este calibre se planifique, también tiene que considerarse la manera en que se informará a la población y al mundo.

Una fotografía de Zelaya detenido por la policía a lo largo de la jornada, una comparecencia en televisión de los máximos representantes de los poderes restantes: judicial y legislativo; una rueda de prensa con los medios extranjeros convocados días antes para asegurar su presencia, e, incluso, una página web con el contenido de sus propuestas... Todos estas acciones y herramientas de comunicación habrían ayudado a explicar los motivos de los que hoy son conocidos como "golpistas de estado" y a su presidente como "Goreleti".

La situación ahora es que cualquier cosa que digan los golpistas carece de legitimidad, credibilidad y confianza por parte de la comunidad internacional que, sorprendentemente, se ha unido (de Venezuela a Estados Unidos; de la Unión Europea a la Organización de Estados Americanos) para defender a Zelaya, un presidente legítimamente elegido, pero al que en su tierra parece ser que nadie lo quiere.

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