Sucedió lo que se temía: un empate técnico en las elecciones presidenciales mexicanas entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador.
El Instituto Federal Electoral mexicano ha tenido que trasladar al próximo miércoles el anuncio oficial del ganador.
Mientras tanto, ambos candidatos se han proclamado como virtuales ganadores de la contienda, en un ejercicio de audacia comunicativa, pero de enorme irresponsabilidad política.
La fortaleza de las instituciones comienza por respetarlas, aún cuando no se esté de acuerdo en las novedades que trae y las decisiones que toma.
Si bien el IFE tiene aspectos francamente mejorables (la promoción del voto de los mexicanos en el extranjero ha sido un verdadero despilfarro y un auténtico fracaso), se ha ganado el respeto a los ojos del país e incluso fuera de sus fronteras.
Calderón y AMLO tuvieron la enorme oportunidad de quedarse callados, pero los nervios pudieron con ellos y sus equipos.
Una actitud verdaderamente respetuosa con las instituciones, en este caso con el IFE, les habría dado una talla de estadistas de excepción. No ha sido así.
En cambio, se han ocupado en dar una imagen triunfalista a sus seguidores que les puede costar su futuro político y, peor, puede suponer un golpe a la estabilidad política de México.
Espero que los candidatos asuman la realidad de los votos y que puedan contribuir en el futuro del país para conseguir los cambios y reformas que México necesita.
Para empezar, la renovación del sistema político, que incluya segunda vuelta en unas elecciones, la necesidad de encontrar equilibrios en las cámaras legislativas, la reelección de diputados y senadores, así como la incorporación de mecanismos de consulta popular que haga a los ciudadanos partícipes más activos de las decisiones trascendentales del país.
Por lo pronto, han cometido una temeridad que no invita necesariamente a la tranquilidad y al optimismo. Espero equivocarme.
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